Mienten cuándo dicen que hacer lo correcto es lo más fácil que hay, en especial si se trata de decisiones sentimentales, porque uno siempre sabe qué debe hacer y hasta cómo lo debe hacer, lo paradójico es que no se tiene la capacidad ni los deseos de hacerlo.
Y los casos que ilustran mi párrafo anterior pueden ser muchos, pero empezaré por nombrar solo algunos, con el fin de mostrar que aunque duela, empute o incluso fastidie es mejor hacer lo correcto al menos para uno, no para los demás, a la final cada quien se rinde sus cuentas a sí mismo.
El primero de los casos, es cuando uno tiene una relación dañina, perjudicial, errónea y deficiente por dónde se le mire, en ese tipo de situaciones pareciera que entre más perjudicial, más nos atrae, es como si a las mujeres en un aspecto generalizado, nos hubiéramos apegado a las lagrimas y a las historias tipo Otelo y Desdémona, porque nos cuesta infinitamente decir adiós cuando el final está más que cantado.
En estos momentos hay que pensar con la cabeza, porque el corazón es terco a morir y se niega a la realidad que ve todo el mundo, menos uno, y ahí si como dice el viejo dicho: "Mejor colorado una vez y no rojo toda la vida" o bueno la idea era esa, como diría uno de mis héroes favoritos el Chapulín Colorado; claro que se llorará y querrá uno morirse de a poquitos, pero mis queridas amigas blogueras tengamos presente que la costumbre y la adicción al dolor no pueden ser más fuertes, que el mismo sentido de conservación.
Otro de los casos que son bastante dolorosos es cuando andamos con un personaje que sabemos no es para uno, que todo nos indica que vamos para el abismo y sin ningún tipo de escala, que a parte está comprometido o su proceder es de muy dudosa reputación, pero aún así seguimos ahí, porque muy en el fondo siempre las mujeres nos las damos de psiquiatras, o de Robin's Hood que queremos resocializar locos a como de lugar.
En esta situación recordemos que si algo empieza mal, siempre inevitablemente termina mal, es decir, no se trata de imaginar relaciones perfectas, pero siempre hay unos límites que si los cruzamos, después no hay queja que valga. Aunque también es cierto que cada ser humano sabe cuál es su fondo, y qué tan bajo quiere caer, o qué tan alto quiere subir.
Y el peor de los casos, sin duda es cuando uno se siente impotente, porque han decidido por uno, o porque "uno resulta ser demasiado bueno para ellos" o "excesivamente buena amiga como para mezclar los sentimientos", en esas situaciones literalmente NO HAY NADA QUE HACER, porque llevarle la corriente a un río sólo trae inundaciones, así que impotentes, frustradas y todo es mejor aceptar lo que no se puede cambiar.
La conclusión es que efectivamente las mejores decisiones son las que más duelen, pues hay que asumir el dolor con la entereza del caso, pero no por costumbre o temor, olvidar lo que debemos hacer, a la final es mejor llorar un poco que resignarse a vivir de una forma en la que ni siquiera podemos respirar en paz.
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