La reciente noticia de la muerte de Lina Marulanda, conocida por medios de comunicación y demás esferas sociales de la capital, aterró a muchos colombianos (entre las que me incluyo), y en este punto no pretendo entrar en la típica discusión de que a unos no les afecta porque no la conocían, era sólo una modelo más; debate que de por si me parece lo más vacío y anti solidario, pero cada quien es libre de ejercer su opinión libre en un país que se supone democrático.
Que la fama y el dinero son efímeros, es una verdad tan firme como el mundo mismo, sin embargo, hay que reconocer que ayudan mucho a suplir las necesidades cotidianas de la vida. Pero realmente mi discusión en esta oportunidad, es sobre cómo las angustias, depresión o lo que yo suelo llamar "mundo interno", ese que a veces se vuelve más grande y pesado que el mismo universo en el que vivimos, puede ser más fuerte que la misma voluntad o fuerza que muchos expertos en la materia, alegan todos los seres humanos deberíamos tener.
A veces cuando camino en las calles capitalinas, en especial por la noche, miro a la gente y me preguntó qué pasará dentro de la mente de cada persona, y la respuesta a este interrogante es que cada quien es un mundo tan distinto y complejo, y como si esto fuera poco no alcanzamos a imaginar como una mala vivencia familiar, amorosa o económica puede acabar la vida de alguien en un segundo, y si a esto se le suma las continúas crisis existenciales sobre si estamos en el lugar adecuado en la tierra, si Dios existe, o una que para ser honestos me persigue desde hace un tiempo ¿por qué no puedo pensar como la gente normal en dinero, ropa y belleza?
Pues bien, no pretendo hacerme pasar por una psicóloga, profesión que de hecho a veces detesto, sólo busco que cada persona, que lea esta entrada, y tal vez se sienta algo deprimida, por la razón que sea, entienda que si bien a veces el mundo se pone lo suficientemente oscuro, también es cierto que llorar y por lo menos tratar de entender cuál es el destino que tenemos marcado, nos servirá para entender que siempre hay algo más, que nada es definitivo, excepto el mismo destino.
Por último, quiero dejarles una pequeña apreciación para las personas que lo rodean a uno en esas épocas depresivas, primero, no se las den de gurús emocionales, que todo lo han vivido, o la típica frase: "tranquilo todo pasa", porque en verdad no hay nada más molesto que hablar con alguien que cree tener la solución para todo, en vez de eso estén ahí y en especial es mejor, si nos pueden nutrir con un silencio que transcurre en perfección, créanme eso ayuda más, de hecho, lo digo por experiencia propia; y en segundo lugar, no pretendan racionalizar las emociones que estamos sintiendo, pues ya es suficiente con la loca de nuestra mente que nos juega tan malas pasadas.
No acostumbro a hablar sobre pésames o lamentaciones cuando alguien se ha muerto, y como dice mi mamá "ningún muerto es malo", pero en esta oportunidad me imagino lo que pudo sentir esa niña al creer que no habían más soluciones, y lo digo sin la lambonería del caso, pues para ser honesta lo he vivido, entonces sólo me queda por decirle a la familia que entiendan el motivo de su decisión y que tengan fuerza para entender que hay situaciones inamovibles en el destino.
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