Pero de pronto éste le afirma que tiene novia y está bastante bien comprometido.
Por supuesto, la reacción socialmente correcta es decir: "Hasta aquí llegué yo", pero hay que reconocer que las hormonas no tienen raciocinio, los deseos no se controlan con poderes mentales y si por alguna extraña y equívoca razón usted ya le metió su corazón, entonces el panorama no es negro sino bien oscuro.
A esto por favor súmele que no importa los intentos que usted haga para no sentir nada, porque el solo tenerlo cerca hace que no solo le tiemblen las piernas, sino también que la piel se ponga peor que la de una gallina.
Los instantes compartidos se convierten en grandes momentos, ansías infinitas de decirle que para uno es más que un hombre del montón, y el límite de la cursilería llega cuando uno quiere solo arruncharse con el personaje como un adolescente.
Pero el eje de todas las contradicciones empieza cuando uno piensa cinco segundos en si estaría dispuesto a tener una relación estable con esa persona, y la respuesta que se viene a la mente es: NO, entonces uno empieza a preguntarse ¿Qué diablos está funcionando mal?
La única respuesta que yo encuentro viable, es que siendo la otra, se vive un poco más cómodo, no se piense en la eterna pregunta: ¿Será qué de pronto me es infiel?, porque allí la realidad ya se conoce.
También puede ser que uno se plantee el siguiente interrogante: ¿Quién asegura que si lo hace con la novia actual no lo va a hacer con uno? A la final, no hay seguridad de nada.
Pero existe una tercera posibilidad, que es para mi la más adecuada y es que no hay disposición para revivir un pasado en el que en la mayoría de ocasiones, fuimos terriblemente lastimadas.
Sin embargo, hay una realidad que no puede esconderse mucho tiempo y es que más allá de los deseos físicos que este personaje pueda generar, están esas ganas incesantes de tocarlo, verlo, sentirlo, sonreirle o incluso con palabras no muy tiernas decirle: "Si, tarado me muero por usted".
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