El bosque de los recuerdos es quizás más oscuro que los que se ven en películas animadas y no animadas. El tiempo, la distancia y hasta el olvido terminan formando aquello que nos gusta recordar y lo que no.
Sin embargo, se hace más difícil vivir el pasado cuando hablamos de muerte, porque esa palabra pareciera asustar hasta al más ecuánime de los seres humanos.
Supongo que ha ayudado bastante esa imagen mental, que se nos mostró en la niñez del fantasma con túnica negra, que viene por nosotros a llevarnos a su oscuro mundo. Lo cierto es que todos sabemos que esto es lo único seguro que se tiene en la vida, y aún así ninguno quiere llegar a ese día.
Todo esto suena como retórica de aquello que es obvio, como el mismo día del nacimiento, pero estas palabras estrelladas en la barrera del olvido, adquieren un significado distinto cuando la muerte toca nuestro espacio cercano.
A Manuel Cabral y a Fabián Pedraza, los conocí en mi epoca de actriz, etapa de mi vida que pretendo retomar en algún momento de la historia, el uno, profesor, el otro compañero de escena, tan distintos y tan parecidos.
Recuerdo que mi madre siempre dice "No hay muerto malo", pero en este caso parece que se equivocó y no porque fueran perfectos, sino porque a cualquier teatro que pisaban, dejaban en él esa energía que ni los cajones de la funeraria pueden borrar.
Se dice que los artistas ven todo distinto, como si vivieran en otra esfera, o en una especie de dimensión desconocida, y tal vez no se equivoquen, porque nosotros que nacemos y morimos con cada personaje que hacemos, no vemos la muerte de la misma forma; o al menos eso es lo que se piensa, y la realidad es más cruda, porque las lágrimas pesan más y los recuerdos se convierten en una cruz que por primera vez no deseamos cargar.
Ni las rosas fúnebres o el negro de la ropa, logró aceptar estas muertes con entereza o la supuesta "madurez", que se supone debe tener este tipo de momentos.
Porque como si se tratara de una ruleta rusa, todos los que contamos con la suerte de compartir con estos dos seres, que en cada poro de su cuerpo emitían talento, empezamos a ver como cada lágrima era más gruesa que la otra, como si se nos hubiera derrumbado ese piso que creíamos indestructible.
Es cierta esa canción que dice, "Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío", no existe nada que pueda volver a llenar ese espacio, y realmente hubiera deseado que la vida, Dios, el destino, o lo que sea, me hubiera dado la oportunidad de verlos un solo instante más, para poder decirles lo que el afán de la vida cotidiana, no me permitió; que los amaba y que le agradecía a la vida por tenerlos en el mismo escenario.
Se entiende que donde estén se hallarán montando la función más hermosa, mágica y repleta de una serie de emociones, que solo pueden entender aquellos que compartimos con estos dos seres, sin embargo, se fueron y ni siquiera me permitieron decirles que Manuel Cabral era como un papá en cada personaje que empezaba a brotar dentro de mí, y Fabián Pedraza, que sus ojos claros como la miel eran la esperanza y la pureza del actor que solo vive por y para el arte.
Al menos hubiera querido que se me preparara incluso para escribir estas palabras, pero no fue así, nada en la vida se planea.
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